lunes, 19 de abril de 2010

Ver a una mujer (fragmento)






" Ver a una mujer: solo por un segundo, solo por el breve lapso de una mirada, para luego volver a perderla, en la oscuridad de un pasillo, tras una puerta que me está vedado abrir…
Ver a una mujer, y sentir en ese mismo instante que también ella me ha visto, que sus ojos interrogantes han quedado prendados de mí como si no tuviéramos más remedio que encontrarnos en el umbral de lo ignoto, de esa frontera oscura y melancólica de la conciencia…
Sí, sentir durante ese segundo que ella también se queda en suspenso, diríase que dolorosamente interrumpida en el discurrir de los pensamientos, como si se le contrajesen los nervios al contacto con los míos. Y yo no estaba cansada, no se confundían dentro de mi las imágenes del día ni contemplaba los campos nevados con las sombras alargadas del atardecer; veía el gentío en el bar; pasaban chicas, sus parejas de baile las llevaban como si fueran muñecas, reían con frivolidad echando la cara hacia atrás por encima de sus hombros estrechos, entre sus risas arrancaban atronador el jazz y yo huía de él hacia un pequeño rincón; entonces Li me hizo señas, su pequeño rostro relampagueaba blanco bajo las cejas altas y depiladas. Dirigió su vaso hacia mí, obligándome, obstinada a apurarlo y a continuación enlazó la nuca del noruego con sus esbeltas manos; pasó flotando delante de mí., danzarinamente, mientras los ojos de él pendían de sus labios.
Luego la noche fría de invierno nos salió al encuentro; Lange caminaba a mi lado hablando en un alemán desmañado <<¡Lástima de usted! – dijo -. No sabe lo peligrosas que son las chicas mongolas >>; Li era mongola, y yo asentí con la cabeza, aunque peligrosa no era. Un rostro de porcelana que relampagueaba bajo unas cejas finamente depiladas y unas manos blancas, relampagueando también sin cesar, sobre los hombros de aquellos varones que la llevaban por entre el hervidero de gente que bailaba…¡Pero si Li está sonriendo!, en torno a su boca puede haber una temerosa sonrisa infantil y yo sé que los hombres aman la dulzura de esa boca, pero qué es esa sonrisa comparada con la de los seres pequeños, rubios e inocentes, que nada pretenden y que fuera, bajo la luz del sol, vienen a nuestro encuentro, se quedan mirándonos y despiertan nuestra simpatía aunque sintamos fatiga y malestar físico por el asco que imperceptiblemente empieza a producirnos la mezcla de risa e hilaridad, de exceso de humo y de bullicio.
¡Qué agradable es la caricia del aire fresco nocturno sobre mi cara!, aun tengo nieve pegada a los zapatos. Una nueva luz se percibe ya aquí, alguien se hace cargo de mis bastones de esquí, le doy la mano a Lange, que sube presuroso la escalera. Ahora llamo al timbre, una vez dentro, el ascensorista cierra la puerta a mis espaldas; estoy cabizbaja cuando el ascensor se detiene en el hall. Por un momento el calor y el ruido invaden el recinto, alzo la vista y veo a una mujer frente a mí, lleva un abrigo blanco, su cara es morena bajo un cabello oscuro y peinado hacia atrás con masculina severidad; me sorprende la fuerza bella y luminosa que irradia su mirada y nos encontramos, un segundo, y yo siento el impulso irresistible de acercármele y, más amargo y doloroso aún, el impulso de seguir a la impresionante desconocida, que nace en mi como un anhelo y un mandato.
Bajo la vista y doy un paso atrás. El ascensor se detiene. El botones abre la puerta, con una inclinación de cabeza apenas perceptible la desconocida pasa delante de mí… (...) " ♥

Annemarie Schwarzenbach
24 de
diciembre de 1929






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