martes, 22 de diciembre de 2009

The Runaways, the movie (trailer en HD ) xP








Un hecho de tales características debe difundirse tanto en mi blog de Joan como en este. Ya está el trailer de la peli de The Runaways y se estrena oficialmente en el festival de Sundance en enero del año próximo. Cortisimo el trailer pero se ve alucinante (espero que no me decepcionen). La personificación de Kristen is so fuckin gorgeous ^^
Espero que llegue a nuestros cines :P



Fuente: fuck-vida.blogspot.com



sábado, 19 de diciembre de 2009

martes, 15 de diciembre de 2009




(...)

Si un castigo has creado
es el de tu silencio
que grita más alto que las palabras.

Si un castigo has creado
es el de permanecer
como una ciega
en una selva de miradas. ♥



Susana Thénon,Sed. La morada imposible


viernes, 11 de diciembre de 2009

Esa mujer




por Juan Forn


Esta semana se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de John Lennon y, como todos los años cuando llega esta fecha, volví a pensar: “Otro año que se va y yo sigo sin escribir lo que pienso de Yoko Ono”. Me explico: en alguno de los mil documentales que he visto sobre él hay una entrevista de 1975 con Dick Cavett, donde Lennon rememora la separación de Los Beatles y la demonización de Yoko, después de cantar la extraordinaria “Woman is the Nigger of the World” (cuya difusión había sido prohibida por todas las radios norteamericanas). En cierto momento John se mosquea en serio, se olvida de Cavett, mira directamente a cámara y dice, como si se dirigiera a cada uno de nosotros: “Lo que más me enerva de todas las barbaridades que dicen sobre Yoko es que ni se les cruce por la cabeza lo evidente. Que yo la elegí pudiendo haber elegido a cualquier otra de las mujeres que tenía a mi disposición. Que me hace feliz como ninguna otra persona lo ha hecho. Que soy la persona que soy gracias a ella. Si les sigue gustando lo que hago, ¿no se dan cuenta de que deberían darle al menos algo de crédito a Yoko?”.

Vi ese reportaje cuando Lennon llevaba más de veinte años muerto. Seguramente lo vi antes, algún otro diciembre entre 1980 y 2003, porque uno tiene siempre esa sensación con las filmaciones de Lennon: que ya vio antes ese material pero recién ahora lo entiende. Los años pasan y ya somos todos más viejos que él cuando murió, pero sigue siendo nuestro hermano mayor. Cada vez que lo escuchamos, descubrimos que nos dice algo nuevo, algo que no supimos entender antes. Yo me acuerdo bien el momento en que esa frase suya me hizo clic en la cabeza (fue acá, en Gesell, el primer invierno después de rajarme de Buenos Aires) y de pronto sentí que por primera vez trataría de ver a Yoko como Lennon pedía que la viéramos: como su par en el mundo. Hagan la prueba de leer ese último reportaje que Playboy les hizo a ambos, semanas antes de la muerte de Lennon, que se publicó poco después en forma de libro: de a poco van a ir sintiendo que las respuestas de Yoko no sólo no estorban sino que complementan las de John, y muchas veces no sólo complementan sino que son las que detonan lo verdaderamente importante (tal como la frase “Woman is the Nigger of the World” detonó la canción).

Otro ejemplo: todos sabemos que Yoko es japonesa y que era siete años mayor que John, pero nunca se nos ocurre pensar cómo fue la Segunda Guerra para ella. Y así es cómo no nos enteramos de que, cuando tenía doce años y el bombardeo norteamericano sobre Tokio obligó a la evacuación de civiles de la ciudad, Yoko debió rebuscárselas como pudo con sus dos hermanitos y su madre (su padre estaba en el frente en ese momento, con el ejército japonés), porque los campesinos se resistían a compartir su escasa comida con los evacuados de la ciudad y los recibían a pedradas cuando se acercaban a sus aldeas. Uno se imagina a Yoko contándole esto a John mientras la prensa mundial la lapidaba por separar a Los Beatles y cambia un poco la película, ¿o no? Otra: cuando Yoko conoció a John, sabemos que ella estaba haciendo una muestra en Londres (la escalera en medio del salón, la lupa colgando del techo, John que sube y mira con la lupa y lee “sí” escrito en el techo y siente “esta mujer y yo estamos hechos uno para el otro”) pero no que estaba casada con otro (el artista conceptual Anthony Cox), y que tenía una hija con ese otro (Kyoko) y que cuando el tipo perdió la custodia de la hija en el divorcio (por la agresividad de los abogados que puso John) se escapó llevándosela, y pasó a la clandestinidad y durante los siguientes treinta años Yoko no supo nada de ella (John dice en el reportaje de Playboy: “Fue una estúpida pelea de machos. Yo creí que la tenía más larga y él me cagó. Y el resultado fue que dejamos a una hija sin su madre”). Otra, para completar: Yoko perdió cinco embarazos hasta que tuvo a Sean, en 1975.

Elijo contar estas cosas tal como elegí la foto que ilustra esta página: para que podamos ver algo distinto a lo que vemos siempre en Yoko Ono. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a tomar a la chacota todo su arte conceptual, pero la cosa cambia cuando nos enteramos de que, al llegar a Nueva York a los veinticinco, recién casada con un egresado de Julliard llamado Toshi Ichiyanagi, alquilaron un loft abandonado adonde acudían John Cage, Marcel Duchamp, Max Ernst y Peggy Guggenheim, Jonas Mekas y Ornette Coleman, entre otros, a ver los happenings que organizaba Yoko. Cage la valoraba tanto que la llevó como intérprete en su primer viaje a Japón (dos cosas le fascinaban especialmente: que Yoko hubiera ido de chica a la Escuela Gakushuin de Tokio, exclusiva para miembros de la familia imperial e integrantes de la aristocracia japonesa, donde fue compañera del hijo del emperador Hirohito y de Yukio Mishima, y que hubiera hecho siete años de conservatorio como estudiante de piano, hasta el día en que confesó que soñaba con ser compositora, y la pusieron de inmediato a aprender canto porque “las mujeres no sirven como compositoras”). Y Sol LeWitt, considerado el creador por antonomasia del arte conceptual, dice haber tomado de ella la idea de que una obra de arte podía ser su explicación a modo de instrucciones zen (una de las primeras piezas de Yoko era una caja de fósforos con la frase: “Enciende un fósforo. Contémplalo hasta que se extinga”; otra se llama Caja Que Sonríe: un cubo que, al abrirle la tapa, tiene un espejo en el fondo que refleja la expresión del que la ha abierto: todos sonríen sin saber por qué cuando lo abren).

Pero lo que hace más fácil ver a Yoko como la otra mitad de John es la manera en que lo estimuló a conectarse con eso que Jüng llama el ánima: lo femenino profundo que hay en toda criatura, sea varón o mujer. El rocanrol ha coqueteado con lo femenino de mil maneras cosméticas (de Jagger a Bowie pasando por todas las escalas intermedias), pero Lennon fue más lejos y más hondo que ninguno porque entendió lo femenino como lo que le faltaba, lo que desactivaba su violencia hacia el mundo, lo que lo hacía más hombre porque lo hacía más humano. Hay que tener unos cojones de acero para escribir canciones como “Mother”, “God”, “War is Over”, “Watching the Wheels”. O, mejor dicho, para sentir de verdad lo que dice en esas letras. Pensar que Yoko no tuvo nada que ver con eso es simple necedad. La lástima, la verdadera lástima, es que John no haya influido en Yoko tal como ella influyó en él. Y en el fondo eso es lo que no podemos perdonarle a Yoko todos los fans de Lennon: que no logremos ver más de él en ella. Que lo que le quedó lo tenga guardado tan adentro. Pero, con una mano en el corazón, ¿alguien se siente con derecho a culparla por eso? ♥


Extraido del diario Página/12

11/12/09

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-136784-2009-12-11.html


jueves, 26 de noviembre de 2009

Fremde Haut (2005), postal del desarraigo



La semana pasada estuve literalmente al palo. Repleta de trabajos y con el horrible deber de estudiar para el peor parcial de mi vida. Lo único que me motivaba era buscar alguna película para analizar en lenguaje audiovisual. No quería complicarmela demasiado pero tampoco recurrir a ninguna de las que habia visto, tampoco a las que me habian recomendado; realmente lo tomé como una misión. Buscando en diversas páginas, al fin di con algo que lograba convencerme, al menos como para descargarlo y ver que pasaba. Así fue como encontré esta pelicula, Fremde Haut (2005, Angelina Maccarone), una pelicula germano-iraní que al parecer reunía todos los elementos para conmoverme: una mujer iraní perseguida por amar a otra mujer, que asume la identidad de su amigo muerto para obtener su permiso de residencia y poder entrar a Alemania a salvar su vida, donde tampoco le será tan fácil continuar...
Y así fue, cumplió con lo que prometía; conmovió, hizo reír, dolió un poco; pero lo principal: pintó con firmeza el cuadro de una realidad que, pese al siglo XXI, sigue torturando a centenares de personas alrededor del mundo: desarraigo, discriminación, desesperación. Libertad para unos pocos y dolor para el resto.





Acá el link del que la bajé


gracias Foxy!




viernes, 13 de noviembre de 2009

Almario




A veces guardo el alma en el almario

porque me condiciona su inocencia

y tengo asuntos varios entre manos

que deben barajarse con astucia


yo que el alma sufre esos rigores

pero qué voy a hacer/ la vida manda

y hay problemas domésticos y públicos

que deben enfrentarse sin perdones


cuando por fin la saco del almario

con sus alas más bien alicaídas

pálida como nunca me contempla

con tristeza y un poco de rencor




Mario Benedetti
Defensa propia

miércoles, 21 de octubre de 2009

Alice Guy Blaché, la primera cineasta



Falling Leaves (1912)
Produced and directed by Alice Guy Blaché




Alice Guy fue la primera persona que llevó un film narrativo a la pantalla. Dirigió, produjo y/o supervisó más de 300 películas y el resto de tiempo se dedicó a intentar probar al resto del mundo que eso era lo que había hecho. Sus producciones tocaban todos los géneros, desde cuentos de hadas y cuentos fantásticos a parábolas religiosas, pasando por comedias románticas o películas policíacas. [...]


más data:

http://lalavanderiafeminista.blogspot.com/2008/08/alice-guy-la-primera-directora-de-cine.html

jueves, 8 de octubre de 2009

El ángel inconsolable



El redescubrimiento de la obra y de la existencia trágica y fascinante de Annemarie Schwarzenbach (1908-1942), una de las mejores escritoras de viajes del siglo XX junto con Alexandra David-Neill y Ella Maillart, permite hoy tener una visión más acabada del impacto que tuvieron en las vidas privadas los cambios y las crisis del período de entreguerras (1920 a 1939). Por otra parte, en los últimos años, el interés por Medio Oriente, ha hecho de Schwarzenbach una personalidad de culto entre los intelectuales europeos y norteamericanos. Se han publicado siete volúmenes de sus Obras escogidas, montado varias exposiciones de sus fotografías y escrito dos biografías sobre ella. La última de éstas, editada en Francia, es Annemarie Schwarzenbach ou le mal d´Europe, de Dominique Laure Miermont, sobre la que se basa este artículo. Además, aparecieron dos novelas biográficas y se estrenó un film documental consagrados a la viajera.
Doctora en filosofía, arqueóloga, periodista, fotógrafa y novelista, Annemarie registró en sus crónicas y en sus obras de ficción las costumbres, la historia y los paisajes de los países que recorrió (Persia, Afganistán, el Congo Belga, Rusia, los Estados Unidos), así como el espíritu de sus habitantes.
La princesa prisionera
La belleza andrógina del rostro de Annemarie, su inteligencia, enriquecida por una vasta cultura, seducían por igual a hombres y mujeres. El dinero de su poderosa familia le facilitó el conocimiento de los territorios más remotos. En esas comarcas, intentaba hallar el pasaje a "otro mundo", huía de la civilización occidental, de lo que se dio en llamar "la enfermedad de Europa". Impulsada por su sed de absoluto, Schwarzenbach convirtió su "huida" a otros continentes en una experiencia casí mística, que terminó por destruirla
Alfred Schwarzenbach, el padre de Annemarie, pertenecía a una familia patricia de Suiza que había forjado una inmensa fortuna en la industria de la seda. Su esposa, Renée Wille, era una aristócrata alemana emparentada con el canciller Von Bismarck. El matrimonio tuvo tres varones y dos hijas. Annemarie fue la tercera en nacer, el 23 de mayo de 1908. Para albergar a esa numerosa familia, Alfred y Renée compraron una vasta propiedad, Bocken, cerca de la aldea de Horgen. Renée tenía tres pasiones: los caballos, la música y la mezzo soprano alemana Emma Krüger.
Renée le inculcó a Annemarie su amor por la música y la hija se convirtió en una gran pianista, pero su interés más profundo era la escritura. La madre no veía con buenos ojos que la chica escribiera porque sentía que así escapaba de su control. No es extraño que el título de uno de los primeros relatos de Annemarie fuera "Cuento de la princesa prisionera". Como su salud era frágil, cursó la escuela primaria en su hogar y sólo ingresó en un instituto de enseñanza pública en el secundario. Por fin, la muchacha podía salir de su casa. Entonces aprovechó para hacerse escapadas al teatro. Esas travesuras tuvieron un resultado imprevisto: se enamoró de una actriz. Cuando Renée se enteró, la envió a un pensionado en el que se educaban jóvenes de buena familia.
En 1923, Annemarie ingresó en la Universidad. Los muchachos se sentían impresionados por esa joven alta, aristocrática, inteligente y de rostro angelical. Ella miraba con cierta condescendencia a sus compañeros porque sólo se ocupaban de frivolidades. Annemarie, en cambio, aspiraba a ir al fondo de las cosas y encontrarle un sentido a la existencia. Ese sentido sería una señal de Dios, que le permitiría salvarse. Por supuesto, seguía escribiendo. Hizo un viaje a París hacia fines de 1928 y frecuentó el ambiente de la bohemia, pero también trabajó. Volvió de esa estadía con tres textos: Nouvelle Parisiense I, II y París III.
Los hermanos Mann
En 1930 se produjo un encuentro decisivo en la vida de la muchacha. Conoció a Erika y Klaus Mann, los hijos de Thomas Mann, el autor de La montaña mágica. Los hermanos eran los niños terribles del mundo intelectual alemán. Tenían ideas revolucionarias y se burlaban de las convenciones. Les interesaba el teatro y ponían en escena obras provocadoras.
Annemarie se enamoró de Erika, pero ésta sólo sentía amistad por ella y siempre se comportó respecto de la "princesa Miro" -así la habían apodado los Mann- como una hermana mayor. Por otra parte, Erika mantenía una relación con la actriz Therese Giehse.
Después de que Annemarie terminó su doctorado en historia, en 1931, se publicó su primera novela, Los amigos de Bernhardt, donde retrata la atmósfera de desesperanza y disipación en la que vivía su generación. Bernhardt, el protagonista, es un joven de buena familia que quiere ser pianista y entra en contacto con un ambiente alejado de los ideales burgueses. Entre sus nuevos amigos, la angustia y la falta de valores se resuelve en una ronda amorosa en la que todas las combinaciones son posibles por la indeterminación sexual de quienes participan en ella. El carácter autobiográfico del relato era evidente.
Thomas Mann, intrigado por la "princesa Miro", de la que tanto hablaban sus hijos, la invitó a almorzar. Cuando la vio, le dijo: "Si usted fuera un muchacho, por cierto se diría que es de una belleza extraordinaria".
Para escapar de su familia, Annemarie logró que el profesor Carl Burckhardt le propusiera ayudarlo a preparar un libro biográfico, lo que la obligó a trasladarse a Berlín. A comienzos de los años 30, la capital de Alemania tenía la vida nocturna quizá más intensa de Europa. Ese ambiente tuvo un efecto perturbador en la joven. Al principio frecuentó diariamente los clubes y bares de lesbianas donde su belleza andrógina tuvo un éxito imaginable. Por primera vez, sintió que había perdido el control de su vida. Sin ninguna obligación, librada a sí misma, se enajenaba bebiendo o haciendo el amor de un modo promiscuo. Pasada la primera euforia, tuvo una "crisis de nervios" y estuvo a punto de suicidarse.
Annemarie encontraba en la escritura la única manera de combatir la angustia y la sensación de traicionar a su familia que la acosaba cuando quería ejercer su libertad. Al escribir, el dolor no cesaba, pero encontraba un cauce y le impedía entregarse a actos de los cuales después se arrepentía. Ese sería el molde de conducta de toda su vida. Tenía que poner por escrito sus experiencias, porque era la única manera de escapar del vacío, pero esa tarea en la que debía hurgar en sus sentimientos más profundos para compartirlos con los otros la desgarraba y, al cabo de un tiempo, aumentaba su angustia, lo que la llevaba, en un círculo sin fin, a escribir incesantemente, como alucinada.
En Berlín, Annemarie terminó Nouvelle lírica, donde cuenta el amor desdichado de un joven con una cantante de cabaret. El libro apareció en abril de 1933, en el momento en que el ascenso de Hitler al poder era inevitable. La obra pasó casi inadvertida. Nadie estaba interesado en un tema tan alejado de la realidad política. Con todo, Anne no se sintió desanimada. Tenía el aprecio de intelectuales como Roger Martin du Gard, el autor de la saga de los Thibault, que habría de ganar el Premio Nobel. Este le escribió en la dedicatoria de un ejemplar de Confidencia africana: "Para A. S., agradeciéndole que pasee por esta tierra su hermoso rostro de ángel inconsolable".
La bella y los nazis
Después de un viaje a Escandinavia para hacer reportajes destinados a la agencia Akademia, la joven suiza conoció a Mopsa Sternheim, una mujer que conseguía drogas como si se tratara de azúcar. En noviembre de 1932, Annemarie comenzó a consumir morfina y pronto se convirtió en adicta. Buscaba en los "paraísos artificiales" una manera de paliar la angustia que la devoraba. Por supuesto, sólo lograba agravar el desamparo que la torturaba.
En esos meses, Erika y Klaus, acérrimos militantes antinazis, debieron huir de Alemania porque estaban a punto de ser detenidos. Erika se refugió en Suiza y Klaus se fue a París. El no volvería a pisar su patria sino doce años después.
Por entonces, Annemarie comenzó su novela Huida hacia arriba. El protagonista Francis von Ruthern se siente inepto para enfrentar el caos, las traiciones y las mezquindades de la historia, por eso decide irse a vivir a las montañas, el mundo que ama, donde piensa ser útil a los demás y satisfacer su deseo de serenidad. Como una señal del destino, cuando regresa a las cimas, salva a un niño de morir en la nieve.
Al igual que el protagonista de su novela, Annemarie no se sentía con fuerzas para luchar contra el mundo "de abajo", es decir contra el nazismo y, sin embargo, tampoco podía desentenderse de lo que pasaba. Tironeada por esos dos sentimientos, le propuso a Klaus que dirigiera una revista de oposición a Hitler. Así nació Die Sammlung, que duraría dos años y se editaría en Amsterdam. Annemarie fue quien proveyó secretamente los fondos para esa empresa. Entre los colaboradores del mensuario estaban André Gide, Aldous Huxley, Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Joseph Roth, Ernest Hemingway, Albert Einstein y Jean Cocteau.
A mediados de 1933, Annemarie empezó a preparar un viaje a Persia que había postergado. El 12 de octubre subió al Orient-Express. Regresaría siete meses más tarde, después de haber cumplido un itinerario que la llevó hasta Persia. La extrañeza de los paisajes, de las costumbres, la sumieron en la melancolía y en una sensación de irrealidad. Los desiertos a la luz de la luna se le antojaban imágenes de pesadilla. Durante ese recorrido bebió, se drogó, se enfermó, dudó de sus conocimientos de arqueología y extrañó Europa. Para olvidarse de sí misma, por las noches se internaba en los barrios más tenebrosos de las ciudades, frecuentaba prostitutas y se despertaba atontada por el haschich. Como resultado de ese viaje, escribió Invierno en Medio Oriente, su libro más objetivo, donde evitó volcar su intimidad.
Cuando volvió a Europa, se enteró de que el Tercer Reich le negaba la condición de residente. Convertida en una abierta opositora a los nazis, Annemarie acompañó a Klaus Mann al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, en Moscú. Al principio se entusiasmó con lo que vio, pero pronto le chocaron la sumisión al Partido y el militarismo. Además, no estaba de acuerdo con el realismo socialista que cercenaba el costado "metafísico" de la literatura.
Pasiones persas
En septiembre de 1934, Annemarie volvió a Persia. Fue a trabajar en una cantera arqueológica. Llevaba una vida ordenada, que la alegraba, pero por la noche la soledad de su cuarto y los ruidos desconocidos la aterrorizaban. Afortunadamente en la legación francesa de Teherán conoció al diplomático Claude Clarac, segundo secretario de la embajada. Se hicieron amigos inseparables. El, en realidad, se había enamorado de ella, a pesar de que se sentía más bien atraído por los hombres. La relación entre ambos progresó de tal modo que Clarac le propuso matrimonio a Annemarie y ella aceptó antes de volver a Europa. Contraerían matrimonio unos meses después.
El casamiento, pensaba la escritora, la liberaría del control de los Schwarzenbach. Para tomar distancia de ellos, alquiló la Jägerhaus, en Sils, donde comenzó a preparar su regreso a Persia.
El 13 de abril de 1935, Annemarie llegó a Beirut donde la esperaba Clarac. De allí partieron a Teherán para casarse. Cuando llegó el verano, la pareja dejó la ciudad para escapar del calor y se trasladó a las montañas. Vivían en un pabellón del príncipe Fiouz-Mirza, en un lugar paradisíaco. Durante esos meses en Persia, Annemarie escribió un libro de relatos, La jaula de los halcones, que nadie quiso editar. Más tarde, la autora incluiría algunos de ellos en Exilios en Oriente. Los protagonistas son europeos que han quedado varados entre paisajes y costumbres que lentamente han carcomido sus voluntades o los han convertido en seres a menudo excéntricos, expuestos al desvarío.
La rutina de una esposa de diplomático estaba hecha para irritar a Annemarie. La escritura le servía de consuelo, así como la droga, hasta que en una reunión conoció a una joven persa, Yalé. Las dos se enamoraron. Yalé estaba enferma de tuberculosis y sabía que no viviría mucho. El padre de la muchacha, enfurecido por la pasión de su hija, la encerró en su casa y le prohibió que viera a Mme. Clarac.
Una vez más llegó el verano y Annemarie debió seguir a su esposo al Valle Feliz, entre las montañas. En ese lugar aislado, se enteró de la muerte de Yalé. La historia de ese amor está contado en La muerte en Persia (editado en español), un libro de crónicas y relatos de gran belleza. La terrible estadía en las montañas quedó registrada en El Valle Feliz.
Cuando Annemarie volvió a fines de 1935 a su patria, descubrió con angustia que la mayoría de sus amistades querían dejar el continente o por lo menos Alemania. Como el trabajo siempre había sido para ella una tabla de salvación, Annemarie resolvió viajar a los Estados Unidos con el fin de hacer notas destinadas a publicaciones alemanas. Entre septiembre de 1936 y enero de 1938 pasó dos largas temporadas en América. En la primera, hizo una serie de reportajes en ciudades industriales de Pennsylvania. Conversó con negros, blancos, enfermos. Captó con su cámara la mirada desesperanzada de la gente. Después volvió a Europa y se entusiasmó con el proyecto de escribir la biografía del alpinista Lorenz Saladin. Terminó el libro en poco tiempo y cuando se publicó fue un éxito.
En su segundo viaje a los Estados Unidos, Schwarzenbach se ocupó de investigar las condiciones de vida de los obreros agrícolas y los problemas raciales en el Sur. Escribió entonces artículos de una calidad excepcional.
A mediados de 1938, Annemarie conoció a Ella Maillart, la gran escritora de viajes suiza, de la que había leído Oasis prohibidos. Las nuevas amigas planearon viajar por Afganistán en el Ford de Annemarie. Maillart se dio cuenta desde el comienzo que debería ocuparse de las angustias y la adicción de su compañera, pero pensaba que podría ayudarla. Las viajeras despertaron curiosidad y cierto asombro escandalizado en Afganistán. Sin embargo nadie les negó hospedaje y comida. Después de doce semanas llegaron a Kabul, donde se enteraron del pacto germano-soviético y del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Resolvieron separarse porque esas novedades aceleraban sus proyectos personales. Maillart partió hacia la India, mientras que Annemarie resolvió recorrer el Turkestán afgano. De su viaje con Maillart queda un testimonio apasionante, el libro ¿Dónde está la tierra de las promesas?


Violencia y locura en el Plaza
Annemarie volvió a Europa en 1940. Llegó a un continente devastado por el huracán nazi. Los Schwarzenbach habían perdido las tres cuartas partes de su fortuna. Annemarie se refugió como siempre en Sils. Una vez más, la casualidad le dio un nuevo rumbo a su vida. Margot von Opel, una de las mujeres más ricas de Europa, esposa del industrial Fritz von Opel, se encontró con la escritora en casa de unos conocidos e inició con ella una relación que Fritz toleraría de mala gana. Margot le propuso a Annemarie que se fuera con ella a Nueva York.
La tercera estadía de Schwarzenbach en los Estados Unidos estuvo marcada por el dolor, el drama y los escándalos. En Nueva York vivía con los Von Opel en el Plaza Hotel. Sólo podía escribir si se emborrachaba o se drogaba, pero la mezcla de drogas y alcohol la volvía agresiva y, en una oportunidad, trató de estrangular a Margot.
A pesar del estado de agitación que consumía a Annemarie, una joven novelista de 23 años que empezaba su carrera, Carson McCullers, la formidable autora de El corazón es un cazador solitario, se enamoró de ella (tiempo después le dedicaría Reflejos en un ojo dorado). Annemarie admiraba el talento de Carson, pero no podía responder a los sentimientos de la muchacha y, además, no quería romper con Margot. Extrañaba Europa y la suerte de sus amigos, atrapados por la guerra, la sumía en la desesperación. Una noche, mientras Margot dormía, intentó nuevamente estrangularla y, espantada por lo que iba a hacer, empezó a gritar de tal modo que despertó a todo el hotel. Pocos días después, llegó la noticia de que Alfred Schwarzenbach había muerto. Su hija, enloquecida, trató de suicidarse. Uno de los hermanos de Annemarie, que vivía en Nueva York, decidió internarla. En la clínica le impedían escribir, por lo que Annemarie tuvo varias crisis de violencia. Aunque estaba estrechamente vigilada, logró escaparse. Su fuga fue dramática. Caminó kilómetros en el frío. Llamó a un amigo y lo convenció de que la albergara en su departamento pero desencadenó un escándalo con sus gritos -porque, según ella, nadie la entendía-, se encerró en el baño y se abrió las venas. La internaron en una clínica de White Plains y se le comunicó que sólo podría salir de allí para volver a Europa. Se la había declarado insana y se la expulsaba para siempre del país.


La serenidad y el azar
En Suiza, se enteró de que su madre se hallaba enferma y de que los Schwarzenbach habían resuelto que Annemarie debía dejar Suiza. Le ofrecieron mucho dinero para que se fuera. Sólo tenía una posibilidad: volver a partir. Esta vez pensó en Africa. Se embarcó en Lisboa y, después de una larga travesía y de viajes en ferrocarril, llegó a Leopoldville, la capital del Congo belga. Como esposa de diplomático, la alojó el cónsul de Suiza. Pero comenzaron a correr rumores que la perjudicaron. Se decía que era una espía del Tercer Reich. Annemarie resolvió entonces abandonar la ciudad. Había oído hablar de un suizo de apellido Vivien, cuya plantación estaba en Molanda, en la selva ecuatorial. Se le ocurrió que ése era un tema interesante para los lectores suizos. Se puso en camino. Llegó a Lisala, el lugar que Conrad describió en El corazón de las tinieblas. Allí esperó doce días hasta que un coche la llevó a la plantación de los Vivien, la más importante del Congo. Esa inmensa propiedad era dirigida por Mme.Vivien, que había quedado sola después de que su marido, gravemente enfermo, regresó a Europa. Ella era una mujer enérgica, protectora y muy tierna. Hospedó a Annemarie en una casa espaciosa. Lejos de toda distracción, Schwarzenbach escribió quince artículos, dos textos poéticos y uno de prosa, pero como siempre la escritura la dejaba en carne viva. La señora Vivien se dio cuenta de lo que le pasaba a su huésped y le propuso acompañarla en un viaje por el continente africano. La escritora aceptó. Durante los meses que Annemarie vivió bajo la protección de la señora Vivien, escribió El milagro del árbol, la historia de amor de un hombre y una mujer que, para respetar la independencia de sus almas, resuelven separarse. Una vez terminada la novela, Annemarie se embarcó rumbo a Europa.
Ya en Suiza, se instaló en la Jägerhaus de Sils. Había llegado a aceptar que nunca estaría del todo curada de su adicción, pero que eso no importaba, siempre podría renacer. El 6 de septiembre de 1942 iba en un coche a caballo hacia Saint-Moritz, se encontró con una amiga montada en una bicicleta y acordaron intercambiar los vehículos. Annemarie, para probar que no había perdido su destreza, se lanzó cuesta abajo sin tomarse de los manubrios, como acostumbraba hacer en la niñez. Chocó con un obstáculo, voló por el aire y su cabeza dio contra una piedra. Nunca recuperaría por completo la lucidez. El 15 de noviembre de 1942, murió en Sils como consecuencia del accidente.
Hoy, sus textos permiten tener una visión lateral, pero estremecedora, del espíritu de una época y de las angustias de una generación. Son testimonios de que el mundo había estallado en fragmentos y de que cualquier intento de huir, y no de enfrentar esa catástrofe, sólo podía terminar en tragedia o en una inútil inmolación a un dios silencioso y ausente. ♥




Por Hugo Beccacece De la Redacción de LA NACION
extraido desde http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=682876

sábado, 3 de octubre de 2009

Sweetie


Brigitte Bardot et Jane Birkin ♥

viernes, 4 de septiembre de 2009

Pasaje de su diario personal









Paris, 1960 31 de diciembre

"Cuando entré en mi cuarto tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y subí a la silla para mirar cómo soy con el suéter y el slip; vi mi cuerpo adolescente; después bajé y me acerqué nuevamente al espejo: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí. Tenía hambre y ganas de romper algo. Me dirigí a la mesa y quise escribir un poema pero temí aumentar el desorden de los libros y papeles. Me mordía los labios y no sabía qué hacer con las manos. Me asustaba saberme andando por la piecita desordenada, con la boca devorándose y la memoria petrificada."









Fuentes:

http://pizarnik.iespana.es/home2.html

http://patriciaventi.blogspot.com

"Un poema acerca del agua, de Silvina Ocampo"



a Silvina y a la condesa de Trípoli que emana toda la noche profecías
O.Paz




Tu modo de silenciarte en el poema
Me abrís como a una flor

(sin duda una flor pobre,lamentable)
que ya no espera la terrrible delicadeza
de la primavera. Me abrís, me abro,
me vuelvo de agua en tu poema de agua

que emana toda la noche profecías.






viernes, 28 de agosto de 2009

Untitled

to my GM♥


La desidia del feróz instante,
ese que seduce en los albores de la muerte,
ese rechazado por los corazones amplios
y desnudos a la intemperie.

Yo quisiera congelar ese instante cruento,
el sabor de lo nuevo nunca me ha gustado,
resistiendome al cambio
al doloroso recambio.

Como si la vida fuera un partido de fútbol,
esos donde los goles se escapan y las derrotas te empalidecen,
te secan amarga la boca;
pero la victoria con su habitual orgullo
te escupe en un ojo y te hace parpadear.

Duele siempre la paloma que despierta los amores
y luego viaja,
enamorada de la lluvia embriaga.
Parte y parte deja de su alma.



09/08/08











--time goes on but i still miss u ♥

lunes, 24 de agosto de 2009


Viernes, 21 de agosto de 2009

Yo nunca estuve en el armario


Por Flavia Company

En tu libro de poemas Playstation llama la atención la elección de los temas, poco comunes en la poesía. Hablás de dinero, de trabajo, de derechos de autor, planteás cuestiones candentes acerca del estado de la literatura o, mejor dicho, del mercado literario actual. ¿Cómo surgió la idea de estos textos?

Antes de escribir Playstation me di cuenta de una cosa: había publicado cinco novelas, más de quinientos relatos, trece o catorce libros de poemas, dos mil artículos periodísticos y cuatro ensayos, pero jamás había abordado el tema del dinero. Pensé en las novelas de Balzac, de Dickens, de Proust, de Virginia Wolf: el dinero, su falta, su búsqueda, determina la acción, algunos diálogos... ¿Cómo era posible que yo jamás abordara ese tema, siendo, además, una mujer de izquierda? Sólo por mi infinito desprecio hacia él, un desprecio nada justificado, por otra parte. Entonces decidí que en Playstation iba a aparecer de alguna manera: desde su relación perversa con la literatura. A Balzac le pagaban por palabras; a nosotros nos pagan tarde, poco y mal, pero nos damos el lujo, a veces, de no hablar de él, como si el arte no tuviera nada que ver. Sí, tiene, y condiciona muchísimas veces los catálogos editoriales, de la misma manera que sabemos que existen negros (los que escriben las obras que firman los escritores famosos), los traductores mal pagados y los escritores mediáticos, que cobran hasta por ir a un cóctel.

¿Hay una deliberada intención de tocar temas prosaicos, reñidos con lo que se espera de “lo poético”?

Playstation no es prosaico: es un libro de poemas narrativo, pero no olvidemos que la poesía nació siendo épica, o sea, narrativa. La Ilíada es un poema épico, igual que Los Nibelungos, o el Poema del Cid. Sólo que mi libro es antiheroico, deliberadamente. No me gustan nada los triunfadores, ni siquiera en el fútbol. En cambio, la épica de lo cotidiano me parece una fuente de poesía. Y a mí me gusta escribir novelas muy líricas, como Solitario de amor, y libros de poemas muy narrativos, como éste. Pero sólo de manera excepcional. No sé si mis próximos libros de poemas serán narrativos; posiblemente alguno, pero ningún estilo me lo tomo como definitivo.

Según has dicho en otras entrevistas, este libro parte de una experiencia real, un anecdotario sobre escritores y situaciones e injusticias que has vivido en los últimos años. ¿Cómo se combinan realidad y ficción en tu literatura?

Si estamos hablando del conjunto de mi obra, novelas y relatos incluidos, hay mucha imaginación, ficción, creación de personajes, cambios de estilo, cambios del yo literario (a veces completamente ficticio); cuando especifico que Playstation parte de experiencias reales es porque efectivamente es un libro parcialmente autobiográfico (nadie puede escribir su vida entera). Hay muy poca imaginación, son experiencias reales, efectivamente: mi encuentro en un sex shop con un colega, profesor de filosofía, o mi estancia en el Hospital de San Pablo luego del accidente que sufrí. Pero en el buen sentido de que, si parto de experiencias y sentimientos reales, me tomo las libertades que van de la vida real a la literatura. No es una copia de la realidad; si lo fuera, dejaría de ser poesía. También digo que es un libro de poemas muy diferente de los otros, mucho más narrativo, más coloquial, más brutal, por su despojamiento, pero mis lectores y lectoras saben que suscribo aquel verso de Alejandra Pizarnik: “No hablo con mi voz/ hablo con mis voces”. Cada libro para mí es una mirada diferente desde el caleidoscopio y no me gusta anular los posibles ni tampoco estar sometida a ellos. En narrativa se puede apreciar con más facilidad; la poesía suele expresar de manera mucho más directa la emoción, el sentimiento, pero yo he escrito poemas con un yo masculino (por ejemplo, Estado de exilio) sólo para trabajar desde el imaginario colectivo. En general, cuando se habla de exiliado, se piensa en un hombre, no en una mujer.

Nunca guardaste tu opción sexual en un armario. ¿De qué modo creés que ha influido en tu literatura y en su difusión esa transparencia tuya?

Mi literatura y yo somos la misma cosa, de modo que no puedo separar mi obra de mi vida, aunque la relación no sea necesariamente mímesis, o copia. La imaginación, las fantasías, también son parte de la biografía de cada cual. Nunca estuve en el armario porque uno de mis principios es la autenticidad; el otro es la libertad. Sin libertad, no hay arte. Por supuesto, se paga un precio, pero también pagan precio quienes están en el armario: falsedad, hipocresía, soledad, mala conciencia, doble vida, paranoia. He luchado mucho para vivir fuera del armario, y he padecido discriminaciones, pero conservo algo intacto: el orgullo de no haberme traicionado nunca a mí misma.

Hablame de ese orgullo, de cuándo se gesta, cómo avanza.

Durante mi juventud y buena parte de la edad adulta, no estar en el armario me ocasionó muchos perjuicios, pero he luchado contra la discriminación. Hay homofobia incluso entre los homosexuales que no se aceptan a sí mismos o que lo hacen de mala gana. Creo que hay que sentir orgullo por ser quien se es, y si no se lo siente, a cambiar. Recuerdo que en mi casa de Montevideo, cuando tenía 25 años, colgué un gran cartel escrito por mí. Decía: “Yo no tengo prejuicio contra los heterosexuales, ni los discrimino”. Algún amigo o amiga que llegaba a casa haciendo como que no conocía mi opción sexual, como tú la llamas (en mi caso es una identidad, no una opción) miraba el cartel y sentía, de golpe, una cierta confusión iluminadora: de pronto, comprendía su estrechez mental. No ha sido nada fácil vivir, exiliarme, publicar desde ese lugar, fuera del armario, pero a mí las cosas fáciles no me interesan. No se aprende nada de ellas. Quienes no tienen el poder (es decir, los discriminados) necesitan saber mucho más que aquellos que tienen el poder. El poder no enseña: se impone.

En dos de tus novelas más emblemáticas, Solitario de amor y El amor es una droga dura, las relaciones de pasión que se plantean son heterosexuales. ¿Cómo y por qué elegís este tipo de relación amorosa para hacer literatura?

Sería una limitación absurda, una ignorancia imperdonable, si una opción sexual, musical, política, social o cualquier otra fuera, también, una limitación y una exclusión. Me encantaría leer una novela sobre el amor homosexual escrita por un autor o autora heterosexual. Además, estamos hablando de manera muy genérica; yo creo que los seres humanos somos todos bisexuales, hagamos o no uso de esta facultad. Por lo demás, cuando abordo un tema como la pasión, o el juego, creo que el sexo de los protagonistas es irrelevante: una obsesión amorosa, a grandes rasgos, tiene las mismas características en el siglo XIX que en el XX, y la puede sentir un hombre enamorado de otro, o de una mujer; lo importante es lo que siente, no por quién lo siente.

El amor, o la capacidad de amor, de algún modo borra las diferencias...

Me remito a Platón: “El amor es quien ama, no lo amado”. Y a Antonio Machado: “Nada dice acerca del amor la inexistencia de la amada”. A mí me interesa la pasión obsesiva, el delirio amoroso, y creo que se puede experimentar hacia una persona del mismo sexo o de diferente sexo, incluso hacia los animales o algunos objetos. Recientemente leí que un neoyorquino había asistido a todas las representaciones de una compañía de ballet durante más de veinticinco años, sin faltar nunca. Me pareció maravilloso: el hombre se vistió, se acicaló, y durante veinticinco años, cada noche, fue a ver a la misma compañía de ballet en Nueva York. La noticia no informaba si estaba enamorado de la compañía entera, de las noches de ballet, del teatro..., de una bailarina o de un bailarín. ¿A qué te recuerda esto? A mí, me recuerda a un relato de Cristina Peri Rossi.

En cambio, en tu poesía gran parte de las relaciones ocurren entre mujeres. ¿A qué atribuís esa diferencia respecto de tu narrativa?

La poesía suele ser mucho más testimonial; la poesía es el territorio de las emociones y de los sentimientos (también de la inteligencia y del humor, en mi caso), no hay ninguna necesidad de construir una ficción. De todos modos, insisto en que algunos de mis poemas son imaginarios, quiero decir: construyo un yo ficticio. El yo poético puede ser un sujeto tan imaginario como el narrativo.

Tu obra está notablemente influida por el psicoanálisis. ¿Qué es lo que hace que te intereses por esta disciplina?

El psicoanálisis es literatura: interpreta. ¿Y qué hace el escritor sino interpretar? Voy a recordar aquellos famosos versos de Baudelaire: “La Naturaleza es un templo divino/ y los hombres vagan en una selva de símbolos”. No me interesa el psicoanálisis como terapia (además, me parece una terapia cara, incierta e incomprobable, y en muchos casos, ni siquiera una terapia, sino una forma de poder en la que el paciente establece una relación peligrosamente transferencial, pero en una sola dirección. En cierto sentido, el psicoanálisis es un amor imposible) sino como literatura: elaborar símbolos, desentrañarlos, descubrir deseos ocultos, todo eso es literatura. Y quiero recordar que antes de que existieran los psicoanalistas los escritores eran llamados “ingenieros de alma”. Además, siempre cobran menos que los psicoanalistas.

Precisamente los psicoanalistas no han tenido, históricamente, una actitud del todo amable frente a la homosexualidad...

La concepción freudiana de la homosexualidad fue mucho más abierta y tolerante que la puesta en práctica por sus discípulos y descendientes. Hay que recordar que una mujer le dirigió una carta a Freud, diciéndole que su hijo tenía un serio problema. Freud le preguntó cuál era, y ella le respondió que la homosexualidad. Entonces Freud lo rechazó como paciente, y le dijo que eso no era un problema. Cuando el psicoanálisis se convirtió en una profesión, en un negocio, la homosexualidad fue considerada como una enfermedad, sin ningún fundamento más que la necesidad de ver enfermos por todas partes. Los psicoanalistas se pusieron al servicio del orden patriarcal, normativo. No podían luchar contra la sociedad, no podían decir que estaba enferma la sociedad heterosexual y patriarcal; entonces, optaron por decir que la enfermedad era la homosexualidad. Recordemos aquella monstruosidad freudiana de considerar que sólo el orgasmo vaginal autentificaba que una mujer era en realidad una mujer, y la voluntaria ablación del clítoris a la que se sometió una de sus discípulas, Marie Bonaparte, a fin de conseguir uno. (No sabemos si con esa mutilación lo consiguió.) Además, la teoría psiconanalítica ha sido casi siempre cosa de los hombres: papá Freud, papá Lacan: manera de sostener la sociedad heterosexual y patriarcal. Algunas psicoanalistas, como Karen Horney, discreparon muy pronto con la teoría freudiana, pero fueron consideradas herejes. No olvidemos que el psicoanálisis ha sido como una religión. No es nada casual que aquellos países que han evolucionado más rápidamente en cuanto a la aceptación de la homosexualidad sean países donde el psicoanálisis ha tenido muy poco peso.

Y las mujeres psicoanlaistas, ¿creés que marcan alguna diferencia?

El papel de las psicoanalistas es completamente ambiguo: suelen ser sumisas y ortodoxamente heterosexuales en su vida privada, sometidas al macho que les autentifica socialmente que son hembras, pero en la consulta son sádicas con las mujeres que intentan salirse de los roles convencionales. Su sumisión ante el hombre (su idealización de Freud, de Lacan) está compensada por su misoginia y su actitud fálica ante las pacientes. Tengo una serie de poemas inéditos que se llaman “Mi psicoanalista y yo” (no es autobiográfico, advierto) donde me divierto mucho y provoco la hilaridad acerca de la relación psicoanalista y su paciente, hombre o mujer, lo mismo da.

A menudo, cuando se habla de tu obra, se menciona que sos lesbiana. ¿Te sentís representante de un colectivo?

Cuando yo asumí mi homosexualidad, en la adolescencia, sufrí un sentimiento de exclusión muy grande; al buscar antecedentes, para afirmarme, sólo encontré uno: Safo de Lesbos. Bien, me dije: somos tres: mi novia, Safo y yo. Como no tengo ningún problema con las minorías, no me pareció del todo mal este triángulo. Era inútil buscar en la Historia Oficial mujeres que hubieran amado o sido amadas por otras; aquello era un desierto. Yo solía decir que no teníamos bibliografía. Claro que la había, pero estaba oculta. Gracias al feminismo, la homosexualidad empezó a tener tradición, historia, referentes.

A eso habría que sumarle los prejuicios en torno de la imagen de la lesbiana como indeseable.

Sí, el lesbianismo estaba lleno de prejuicios y fantasmas. El primero afirmaba que las mujeres lesbianas éramos feas, pobrecitas de nosotras, éramos lesbianas porque ningún hombre nos deseaba. Hice una comprobación maravillosa: cuando yo tenía 23 años, las tres jóvenes más hermosas de Montevideo (sin contarme a mí, eh) eran las lesbianas más guapas que yo había visto en mi vida. En cuanto a hombres que me deseaban, eran demasiados y casi todos torpes. También, debo decir, descubrí el discurso de Marcela, en Don Quijote. Cervantes pone en boca de ese personaje uno de los discursos feministas más sólidos, fundamentados y revolucionarios que he leído nunca. La bella Marcela no quiere saber nada de los hombres, renuncia a su fortuna y se va a vivir pobremente entre pastoras, porque no quiere ser esclava de ningún hombre. Descubrí que había mujeres hermosísimas que se amaban entre ellas, pero de manera oculta y clandestina, lo cual me parecía un desperdicio. Es cierto, algunas lesbianas no eran bellas, igual que muchísimas hétero. En cuanto a las tres jóvenes más guapas de Montevideo, lo siguen siendo, treinta años después.

El asunto de la sexualidad “incompleta” de las lesbianas es otro prejuicio que siempre ronda.

Bueno, sobre ese tema, hice otro descubrimiento fundamental: la frigidez, ese rasgo de la histeria, según los freudianos, no existía entre las lesbianas. Es decir: la frigidez no era una característica de ciertas mujeres, sino una consecuencia de la práctica de la heterosexualidad. Años después, una brillante psicoanalista argentina se desvió un poco de las teorías oficiales y publicó un análisis clarividente: El feminismo espontáneo de la histeria. Acabáramos. La frigidez es la forma del rechazo metafórico al machismo (también hay machismo gay, cómo no.)

No me has respondido sobre si te sentís un referente, un modelo a seguir.

Yo asumí mi homosexualidad –presunta patología, entonces– para no enfermarme de verdad, porque creo que la falta de autenticidad enferma, y padecí muchísima discriminación y el rechazo especialmente de los hombres, en cuya fantasías yo era o bien una rival o bien una pieza a derribar, seduciéndola, para mayor gloria de su propio falo. No me creía ni un ícono ni un símbolo. Sólo durante las luchas de los años del posfranquismo para obtener la igualdad comprendí que no estar en el armario o salir de él tenía un valor más que personal e individual, era un referente. Yo no me siento muy cómoda siendo un referente, pero me parece que las adolescentes de hoy ya no tienen que recurrir sólo a Safo para sentirse arropadas o comprendidas, empiezan a tener una bibliografía. Y confío en que las chicas de hoy, cuando asuman su lesbianismo, se sientan más libres y menos discriminadas. Mi granito de arena habrá contribuido.

¿Qué obras literarias de temática homosexual te parecen capitales?

Cuando se habla de literatura de temática homosexual (y te agradezco que especifiques “de temática”; hay una fuerte discriminación cuando se habla de narrativa homoerótica o de poesía homosexual; a nadie se le ocurre hablar de poesía heterosexual o narrativa heterosexual), a mí sólo me interesa si es buena o mala. Además, la vida privada de los escritores me da igual. No sé con quién mantenía relaciones Homero, pero hay versos de La Ilíada que cito a menudo, ni sé las preferencias amatorias de quien compuso El Cantar de los Cantares, y es uno de mis textos preferidos. No leo un libro por su temática; me importa qué dice y cómo lo dice, nada más. Y no tengo ninguna estantería separada, acá la temática gay, allá la no gay. No recuerdo haber leído un solo libro porque lo escribiera alguien homo u hétero. Además, si recordamos los salones literarios de La Amazona, en París, creo que sería difícil clasificar a aquellas mujeres de vidas apasionantes y hasta el límite. La mayoría eran bisexuales. Ahora bien, considero que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir es el libro más importante, trascendente, completo y comprometido que se escribió hasta ahora acerca de la condición femenina. Lo leí a los dieciséis años y lo releo a menudo: no ha sido superado.

“Cada libro que se escribe se tarda toda la vida en escribirlo.” ¿Hay evolución de un libro a otro? Mirando hacia atrás, ¿en qué creés que ha cambiado tu percepción o tu concepción de la literatura?

No hay evolución, si se entiende por progreso. Hay cambios, incorporaciones, diálogo entre un libro y otro, contrapuntos, y especialmente, hay cambios de estilo. Me gusta ser a veces muy lírica, otras muy irónica, alegórica, simbólica y en otros casos descriptiva, narrativa. El deseo de un estilo propio, inconfundible, me parece una redundancia, una repetición que no aporta nada. Al final de su obra, Neruda era una caricatura de Neruda, y me hubiera gustado que alguna vez Kakfa hubiera escrito un libro nada kafkiano. Me gustan los escritores capaces de renunciar a la repetición, al camino seguro.

viernes, 21 de agosto de 2009

Mademoiselle K ♥







Rock francés pour tout le monde! :)




Ça me vexe




Grave






Jalouse




Bonus track: Space Oddity

domingo, 16 de agosto de 2009

El Boy



Por Juan Forn

Un viejo adagio del mundo del cine dice que de una novela mediocre puede salir una gran película, pero de una gran novela sólo puede salir una película mediocre. Luchino Visconti dio por tierra con ese adagio en 1964, cuando llevó al cine El gatopardo, la gran novela de Lampedusa, y mordió el polvo en 1967, cuando hizo lo propio con El extranjero de Camus. La tercera siempre es la vencida y, en 1970, Visconti anunció a la prensa que su siguiente película se basaría en un libro de Thomas Mann. Pero se ve que había escarmentado: no eligió Los Buddenbrook, ni La montaña mágica, ni la saga bíblica José y sus hermanos, ni el Doktor Faustus (los cuatro libros que más admiraba del escritor alemán), sino una novelita de cien páginas que el propio Mann, en su momento, había calificado de “ambigua pero decorosa”. Para sacar de esa novela una película, Visconti procedió a despojarla del “decoro” con que su autor la había enmascarado y a inyectarle toda la tóxica sensualidad que Mann había logrado a duras penas sofocar. ¿Es Muerte en Venecia una gran película? Difícil encontrar alguien que piense lo contrario, pero sus millones de seguidores en el mundo no logran ponerse de acuerdo si eso se debe a que está basada en una gran novela o en una novelita mediocre: incluso hay quienes sostienen que la película es tan extraordinaria que llevó el libro a su altura.

Una de las razones que hacen de Muerte en Venecia una película tan extraordinaria es, por supuesto, Dirk Bogarde. Pero hasta el día de su muerte, Bogarde aseguró que se sobrevaloraba aquel trabajo suyo; que la parte más difícil de su papel la hacía el espectador por él: cada vez que la cámara de Visconti enfocaba al joven Tadzio. El papel de Tadzio no tenía ni un solo parlamento y sus apariciones no llegaban a sumar ni diez minutos en toda la película, pero para Visconti era a tal punto el centro incandescente de Muerte en Venecia (recordemos la cita que abre el film: “Aquel que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o morir”) que se pasó seis meses recorriendo el este de Europa, desde Hungría hasta Finlandia, buscando al adolescente indicado (en la novela de Mann era uno de los vástagos de una condesa polaca, y lo que Visconti buscaba era “un Helmut Berger de doce años”), hasta que en un hotel de Estocolmo encontró al quinceañero Björn Andresen.

Al pobre Björn Andresen la película le cagó la vida más que Ultimo tango en París a Maria Schneider. Hace unos años, cuando ya tenía cincuentilargos, asomó del anonimato para hacerle juicio a Germaine Greer, la otrora furibunda feminista que se pasó tanto de rosca que, en su último libro, titulado The Boy, sostenía que las criaturas que más universalmente despiertan el deseo sexual en la especie humana son los varones púberes y que reconocerlo de una vez y entregarse a ello terminaría por fin con la guerra entre los sexos (la prensa británica se hizo un festín: “La primera feminista que sale del closet para confesar que en realidad es un viejo pederasta”). La Greer había pedido para la tapa de su libro una foto de Andresen tomada por David Bayley durante el rodaje de Muerte en Venecia. La editorial había negociado el permiso para usar la imagen con el propietario legal de los derechos, que era el fotógrafo, de manera que el reclamo judicial de Andresen no prosperó. Pero sus tímidas quejas en el tribunal (que aquella película le había arruinado literalmente la vida y que le resultaba aberrante que se usara su imagen para celebrar las relaciones amorosas entre adultos y adolescentes) fueron amplificadas en letras catástrofe por los tabloides ingleses y la editorial terminó retirando discretamente de circulación el libro de la Greer.

Cuando estalló el escándalo aparecieron en la web trozos de un documental italiano de 1970 llamado Alla ricerca di Tadzio, en el que un camarógrafo de la RAI sigue a Visconti a lo largo de aquel peregrinaje por Europa del Este. El documental ofrece grandes momentos, como cuando Visconti se queja de que en todo el territorio polaco no haya podido encontrar un solo niño de rasgos aristocráticos (“¡Son todos proletarios!”, murmura en un momento el exquisito conde comunista). Hasta que, en un hotel de Estocolmo, Björn Andresen hace su entrada en la habitación donde tiene lugar el casting. Visconti comenta por lo bajo: “Nació para ser mirado” y le pide que se saque la camisa. El adolescente cree haber entendido mal y mira a su alrededor con cierta alarma pero finalmente consiente y, a pesar de la mala calidad de la filmación, es palpable el efecto que produce. La voz en off anuncia pomposamente que Visconti ha encontrado su santo grial en Björn Andresen. ¿Pero para qué seguir llamándolo Björn? A partir de ese momento será simplemente Tadzio para el mundo (“E Tadzio e basta!”), profetiza la voz en off.

Lo notable del asunto es que, cuatro años después del estreno de Muerte en Venecia, cuando se publicaron post-mortem los Diarios de Thomas Mann, se supo que la historia narrada en la novela era autobiográfica. Mann incluso daba el nombre de Tadzio en la vida real, cosa que permitió, a unos periodistas primero y al escritor Gilbert Adair después, rastrear su paradero y descubrir que el núbil aristócrata polaco por el que Thomas Mann perdió la cabeza en 1911 (y por esa razón, en su novela, se castigó con la muerte) se llamaba Wladslaw Moes y sobrevivió a la Primera Guerra, a la Segunda e incluso a la Polonia stalinista de posguerra, hasta morir apaciblemente en su pueblo natal en 1986. Cuando el zángano de Adair publicó el año pasado un librito de noventa páginas llamado El verdadero Tadzio. Historia del icono rubio de “Muerte en Venecia”, el pobre Björn Andresen creyó que una vez más volvían a meterse con su vida. Si bien esta vez la cosa no era con él sino con el Tadzio de la vida real, las revelaciones del libro han de haberle resultado igual de dolorosas.

Difícil saber cuánto hay de cierto en las palabras de Adair: en sus páginas afirma que logró dar con la única de las hermanas de Wladslaw que seguía viva, pero la dama murió después de entrevistarse con él. Según ella, no era Tadzio sino Adzio el apodo de Wladslaw, el niño no tenía ni quince ni catorce años sino apenas diez cuando fue con su familia a Venecia y carecía por completo de la belleza renacentista del joven Andresen (Adair sólo ofrece una foto borrosa, en donde se ve a un niño de cara regordeta, orejas como pantallas y el pelo rubio cortado al rape). Si lo que dice Adair es cierto, cuando Visconti recorrió Polonia buscando su Tadzio, podría haberse encontrado con el verdadero e incluso tenerlo a su lado al filmar la película. Cosa que seguramente hubiera cambiado bastante el enfoque de Muerte en Venecia. Y la vida del pobre Björn Andresen también.


[extraido del diario Página 12 del 14/08/09]

domingo, 2 de agosto de 2009

DISTANCIA JUSTA

En el amor, y en el boxeo

todo es cuestión de distancia

Si te acercas demasiado me excito

me asusto

me obnubilo digo tonterías

me echo a temblar

pero si estás lejos

sufro entristezco

me desvelo

y escribo poemas.

"Otra vez eros" 1994




NO QUISIERA QUE LLOVIERA

No quisiera que lloviera

te lo juro

que lloviera en esta ciudad

sin ti

y escuchar los ruidos del agua

al bajar

y pensar que allí donde estás viviendo

sin mí

llueve sobre la misma ciudad

Quizá tengas el cabello mojado

el teléfono a mano

que no usas

para llamarme

para decirme

esta noche te amo

me inundan los recuerdos de ti

discúlpame,

la literatura me mató

pero te le parecías tanto.

"Diáspora" 1976


DEDICATORIA

La literatura nos separó: todo lo que supe de ti

lo aprendí en los libros

y a lo que faltaba,

yo le puse palabras.

"Evohé" 1971

TANGO

La ciudad no eras vos

No era tu confusión de lenguas

ni de sexos

No era el cerezo que florecía -blanco-

detrás del muro

como un mensaje de Oriente

No era tu casa

de múltiples amantes

y frágiles cerraduras

La ciudad era esta incertidumbre

la eterna pregunta -quién soy-

dicho de otro modo; quién sos.

"Otra vez eros" 1994



ESCORADO

Mirándola dormir

dejé que el barco se inclinara

lentamente hacia un costado

precisamente el costado

sobre el que ella dormía

apoyando apenas la mejilla izquierda

el ojo azul

la pena negra de los sueños

y por verla dormir

me olvidé de maniobrar

pensando en las palabras de un poema

que todavía no se ha escrito

y por ello

era el mejor de todos los poemas

tan sereno

tan sutil como su piel de mujer casi dormida

casi despierta,

tan perfecto como su presencia inaccesible

sobre la cama,

proximidad engañosa de contemplarla

como si realmente pudiera poseerla

allá en una zona transparente

donde no llegan las sílabas orando

ni el clamor de las miradas

que quieren acercarse

en la falsa hipócrita intimidad de los sueños.

"Descripción de un naufragio" 1974



REMINISCENCIA

No podía dejar de amarla porque el olvido no existe

y la memoria es modificación, de manera que sin querer

amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía

en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares

en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques

donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas

que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables

como las pocas cosas que habíamos conocido.

"Diáspora" 1976



Imágenes de Annemarie Schwarzenbach y poesias de Cristina Peri Rossi